AL ATARDECER DE LA VIDA, NOS EXAMINARÁN DEL COLOR
29 de noviembre de 2020AL ATARDECER DE LA VIDA, NOS EXAMINARÁN DEL COLOR
Caminar el color es un viaje de la luz a la luz sin esquivar la oscuridad.
De todos es sabido que, si tomamos un haz de luz blanca, o, lo que es los mismo, un simple rayo de luz; si, sencillamente, tomamos la luz y la hacemos traspasar un prisma trasparente, translúcido, limpio, ese haz de concentrada claridad se descompone en la gama de todos los colores; ese rayo blanco, en lo que llamamos color.
Lo normal es que esta multiplicación de la luz en los colores se realice sobre un espacio oscuro, al menos sobre un espacio más oscuro: la no luz, los no colores. Sobre esa noche, dentro de esa noche, es más perceptible, definida, la revelación de todos los colores que estaban en la luz; la revelación de que la luz es la suma de los colores y que los colores no son sino la luz descompuesta a través de un prisma invisible.
Esa luz es la luz (podemos llamarla palabra). Esa oscuridad es la oscuridad (podemos llamarla silencio, mudez). El prisma es el pintor (también el creador, el poeta).
La finalidad y el sentido del prisma, como la del pintor o el poeta, es desaparecer. Cuanto más transparente, cuanto más invisible, cuanto más desaparecido el artista, más intenso el arte.
Pero todo este fenómeno -haz de luz, prisma, oscuridad envolvente y manifestación de los colores- no tiene sentido en sí mismo. No es más que un fenómeno real de lo que, en realidad, sólo es la realidad. Porque, tras el fenómeno o el arte, lo que nos envuelve, lo que es, lo que regresa, el lugar propio y natural de la luz (o la palabra) es la realidad.
Podemos llamarlo vida. Podemos llamarlo mundo. Podemos llamarlo lenguaje o comunicación. Es lo que queda porque es lo estaba. Quedará el color porque el color es la luz y la luz es el color. La vida eterna no será una monocroma sucesión, sino la gama del iris infinito de una mirada.
Podemos decirlo de otra forma. Tras la Primera Guerra Mundial, los locos años veinte supusieron el triunfo de la comedia, la celebración, los turquesas, púrpuras y zelenos. Tras un tiempo gris, la humanidad tiende al cromatismo porque el color la define.
Ya antes, tras las guerras de religión que en los siglos XVI y XVII azotaron Europa, el arte -cada arte y cada Europa a su manera- asistió a la eclosión barroca de formas, dorados, carmines. Testigo de ello es la pintura española. Si algo define la historia de la pintura hispana, muy influenciada por la veneciana, es el triunfo del color.
También la historia del arte dominicano. Por más que el hábito dominico sea blanco y negro, miremos a su estela artística para descubrir que su línea maestra traza una apoteosis del color desde Fra Angélico a Kim en Joong, pasando por Fray Luis de Granada o Maíno. La misma Suma Teológica es un inmenso fresco que extenúa los colores hasta ya difícilmente distinguir las sutilezas.
Lo artísticamente difícil, en pintura y en poesía, es habérselas con el color.
Tras una época gris, prevalecerá el color. Pero el color hay que quererlo mirar y sostenerlo en medio de lo oscuro, contra lo oscuro. Porque el futuro empieza ahora, acontece mientras el pulso de la pincelada o el ritmo del verso.
Más nunca olvidemos la metafísica del arte que aprendemos en la física de la luz. La oscuridad es necesaria para regresar a la luz y que la plenitud se haga visible. Y más necesario aún es que el prisma -ya sabemos: el pintor, el poeta-, siendo necesarios y para ser realmente necesarios, inútilmente útiles, desaparezcan.
Y que quede el lenguaje mismo. El color mismo, que es su propio idioma.
Porque, como dijo San Juan de la cruz, al atardecer de la vida, nos examinarán del color.
Antonio Praena
poeta